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Antiguas selvas de El Hierro

  • Foto del escritor: José Morales
    José Morales
  • 25 mar
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 26 mar

josé morales geólogo el hierro

Nuestra isla, El Hierro, se distingue por sus marcados contrastes paisajísticos en una superficie de apenas 268,71 km². Su abrupta orografía, con altitudes que oscilan entre el nivel del mar y los 1.501 metros del Malpaso, ha dado lugar a una notable diversidad de ecosistemas. Desde la costa hasta la cumbre, se suceden distintos pisos de vegetación: el cinturón halófilo, adaptado a la salinidad costera; el cardonal-tabaibal, dominante hasta los 300 metros; el bosque termófilo, presente hasta los 600 metros en el sur y 400 en el norte; la laurisilva y el fayal-brezal en la vertiente norte, entre los 600 y 1.200 metros; y el pinar canario, que predomina en las zonas más altas y en gran parte de la vertiente sur.


Sin embargo, pese a esta riqueza natural, la acción humana ha dejado una huella profunda. La actividad agrícola y ganadera, antaño imprescindible, redujo drásticamente los bosques originales, hasta hacer desaparecer por completo algunas masas forestales clave. Un claro ejemplo es el antiguo pinar que se extendía por Isora, El Majano y Tiñor, hoy prácticamente inexistente, salvo por algunos pinos dispersos. No obstante, si bien los pinares no forman selvas, hubo un ecosistema aún más afectado: la laurisilva, la gran selva perdida de El Hierro.


¿Dónde estaban las grandes selvas herreñas?


En su época de esplendor, la laurisilva de Ventejís y Nisdafe abarcaba aproximadamente 20 kilómetros cuadrados de vegetación densa y siempre verde

La gran masa de laurisilva de El Hierro tenía su hogar bien definido, extendiéndose por distribución biogeográfica a lo largo de Ventejís y Nisdafe, donde aún pueden encontrarse fragmentos de carbón vegetal sepultados bajo coladas volcánicas recientes, testimonio de su antigua presencia. Este bosque, en su expansión secundaria, también cubría gran parte del Risco de El Golfo, donde todavía mantiene presencia en la actualidad, alcanzando su mayor exuberancia en Mencáfete. Este último enclave relicto es el único lugar donde la laurisilva de El Hierro conserva un equilibrio “relativamente cercano” a su estado original, aunque también ha tenido influencia humana en los últimos siglos.


En su época de esplendor, la laurisilva de Ventejís y Nisdafe abarcaba aproximadamente 20 kilómetros cuadrados de vegetación densa y siempre verde, donde hayas, brezos y laureles se entrelazaban con imponentes helechos y un sotobosque digno de los escenarios más mágicos de los cuentos infantiles.


¿Cómo ha afectado la desaparición de estos bosques a El Hierro y a los herreños?


Los primeros habitantes de la isla sentenciaron su futuro con la deforestación. Transformaron grandes extensiones en tierras de pastoreo y cultivo sin prever la consecuencia más grave: la pérdida del recurso más preciado, el agua.



Reducción de la captación de humedad


La desaparición de estos bosques ha reducido drásticamente la capacidad de la isla para captar la humedad de los alisios. La vertiente norte, antaño cubierta completamente por laurisilva y fayal-brezal, era un auténtico colector de agua gracias a la lluvia horizontal, generando precipitaciones internas que mantenían estos bosques como un paraíso verde. Incluso es probable que en ellos fluyeran pequeños manantiales de agua constante, generando una realidad muy distinta a la actual.


El Garoé y la recolección de agua


Un símbolo de la importancia de estos bosques es el Garoé, el árbol santo de El Hierro. Situado en un entorno como el descrito, sus hojas condensaban la humedad del aire, proporcionando agua a los habitantes de la isla.

Ahora bien, imaginen no solo un Garoé, sino 20 kilómetros cuadrados desempeñando esa misma función. Basta con pensarlo para comprender lo que hemos perdido y de lo que estamos hablando en esta publicación

Regulación térmica


Los bosques actúan como reguladores naturales del clima. Durante el día, su densa vegetación bloquea la radiación solar, evitando el sobrecalentamiento del suelo. Por la noche, retienen la humedad y el calor, suavizando las temperaturas. En las zonas urbanas y deforestadas, la ausencia de vegetación provoca un aumento del calor acumulado en el suelo y las infraestructuras.


Prevención de la erosión y la desertificación


Las masas forestales protegen el suelo de la erosión causada por el viento y la lluvia. Sin vegetación, la tierra queda expuesta, favoreciendo la desertificación y la pérdida de fertilidad. La deforestación pone en riesgo los ecosistemas de la isla y su capacidad de regeneración. Además, puede desencadenar riesgos directos para la población. Un ejemplo claro en la historia de la isla son las avenidas fluviales que han ocurrido tras incendios forestales, como la de La Corredera a mediados del siglo XX.


Reforestaciones erróneas


Por desconocimiento o falta de estudios en el pasado, se llevaron a cabo reforestaciones que agravaron el problema en lugar de solucionarlo. Un caso preocupante es la plantación de eucaliptos, lo que ha tenido consecuencias devastadoras que pocos conocen.


Los eucaliptos crecen rápido, sí, pero a costa de todo lo que los rodea. Desplazan a la vegetación autóctona, reducen la biodiversidad y alteran los ecosistemas. Su enorme demanda de agua seca el suelo, algo crítico en un territorio con recursos hídricos limitados.


Pero lo peor es que modifican químicamente el terreno, liberando sustancias que dificultan el crecimiento de otras plantas, empobreciendo la tierra y reduciendo su fertilidad.


Quizás no lo sepas, pero si tienes un eucalipto en tu finca, estás volviendo tu suelo menos fértil. Yo, sin dudarlo, lo quitaría cuanto antes

A esto se suma su altísima inflamabilidad, lo que los convierte en una bomba de incendios en épocas de sequía. A diferencia de los bosques nativos, no captan humedad ni protegen el suelo de la erosión, dejando tras de sí un paisaje seco y degradado.


En pocas palabras: en nuestra isla, los eucaliptos son una plaga. Una que ahoga todo lo que tiene a su alrededor.


¿Es reversible? ¿Podemos recuperar nuestros bosques?


La respuesta es clara: sí, es reversible, y más fácil de lo que imaginamos.


Aunque el clima ha cambiado y las lluvias son menos frecuentes, grosso modo el archipiélago canario sigue funcionando como lo hacía hace siglos, cuando los bosques estaban presentes en El Hierro. Los alisios continúan siendo la principal fuente de humedad, impactando en las vertientes norte y alimentando las masas forestales. Si comenzamos a reforestar ahora, en pocas décadas podríamos ver nuevos bosques brotar.


No es una teoría, es una realidad. Las reforestaciones de los últimos años han demostrado que la naturaleza responde rápido cuando se le da la oportunidad de recuperar la normalidad.



¿Es todo positivo? ¿Hay algún inconveniente?


Más que un inconveniente, el único debate posible sería la transformación del paisaje. La meseta de Nisdafe, hoy una pradera abierta, podría recuperar su antiguo esplendor como un frondoso bosque de laurisilva sin que ello signifique perder los espacios abiertos que tanto valoramos por su belleza.


La clave, como todo en la vida, no es elegir entre posicionarse en un extremo u otro, sino encontrar un equilibrio inteligente. En las zonas sin uso humano, como Ventejís, la reforestación masiva debería ser una prioridad para restaurar el ecosistema, porque, como hemos visto, los beneficios nos favorecen a todos. En terrenos en desuso pero aún aprovechables, como gran parte de Nisdafe, plantar árboles por parte de los propietarios en los bordes permitiría conservar el suelo para su uso, al tiempo que se regenera la tierra y se mejora su calidad.


Con planificación, respeto y visión de futuro, podemos lograr lo mejor de ambos mundos: desarrollo y naturaleza, que hacen a nuestra isla mejor y más bella. Solo hace falta detenerse cinco minutos a pensar en la opción más sensata.


¿Queremos un futuro verde o árido?


Imaginen un domingo cualquiera, caminando entre bosques frondosos, con el murmullo del agua fluyendo entre pequeños riachuelos, donde el verdor resplandece incluso en pleno verano.


Imaginen pasear con sus familias bajo arcos naturales de brezos y hayas, como en La Llanía, pero aún más exuberante, rodeados de la misma vida que, hace siglos, cubría nuestra isla.


No es una utopía, es un sueño posible.


Ventejís, entre Valverde, Las Montañetas y San Andrés, antaño explotado para la agricultura y la ganadería, hoy yace casi olvidado, pero tiene el potencial de renacer como una selva húmeda. Las reforestaciones avanzan poco a poco, devolviéndole a la tierra el verde que le pertenece, reconstruyendo lo que una vez fuimos.


Si seguimos apostando por recuperar nuestros bosques, quizás mi generación, antes de despedirse, tenga el privilegio de ver resurgir esas selvas que un día poblaron nuestra isla, devolviendo a El Hierro un tesoro natural de valor incalculable

Y entonces, nuestros hijos y nietos podrán recorrer un territorio muy distinto al que conocemos hoy, un paisaje más parecido a los del norte de La Palma o La Gomera, donde la laurisilva sigue viva y atrayendo a miles de personas cada año.


Un paisaje que, en El Hierro, hoy sobrevive en un pequeño rincón de Mencáfete. Pero que, con decisión y esfuerzo, aún estamos a tiempo de recuperar.


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